Rodolfo Stavenhagen, Ph.D. Professor of Sociology Colegio de México Mexico City, Mexico Derecho indígena: América Latina I Desde hace algunos años--digamos unos quince o veinte años--ha habido en América Latina un gran movimiento social y político indígena en favor de los derechos humanos de los pueblos indígenas. Este es un fenómeno social y político nuevo en América Latina. Creo que es muy importante porque es un desafío a la manera en que los países y los Estados y las naciones latinoamericanas se ven a sí mismas. Por primera vez, desde el siglo XIX, tienen que enfrentar demandas y reivindicaciones de los pueblos indígenas que no habían hecho anteriormente. Los indígenas están planteando a través de sus organizaciones, sus congresos, sus manifiestos, a través de sus voceros--porque tienen ya un grupo de intelectuales indígenas muy articulados, muy expresivos, muy militantes--están demandando el reconocimiento que ha sido denegado durante mucho tiempo de sus derechos humanos, que tiene dos vertientes. Por una parte, los derechos civiles y políticos que le corresponden a todos los ciudadanos, pero en la realidad que los indígenas--por razones culturales, por razones de discriminación, de racismo, de exclusión, de marginación--no han disfrutado los mismos derechos de la misma manera que otros ciudadanos. El segundo aspecto, que surge ahora en los últimos veinte años, es que los indígenas reclaman también los derechos culturales--los derechos específicos de mantener su identidad indígena, sus lenguas, sus costumbres y más que nada, sus territorios, sus tierras, su autonomía frente al Estado-nacional--porque el Estado-nacional en América Latina, en México y en otros países siempre ha pensado que los indígenas deben integrarse, deben asimilarse, deben dejar de ser indígenas, para transformarse en buenos mexicanos, peruanos, colombianos, guatemaltecos etcétera. Pero este era un modelo de nación de las élites gobernantes que no querían que los indígenas tuvieran su identidad propia. Derecho indígena: América Latina II Ahora con el nuevo movimiento, las organizaciones indígenas demandan un reconocimiento dentro de la ley, dentro del Estado, dentro del concepto de nación, de sus derechos culturales, de sus derechos étnicos, de sus lenguas, de sus modos de vida, de sus modos de organización. A esto han respondido algunos países en los últimos diez o quince años con modificaciones jurídicas, legislativas y nuevas constituciones--como en Perú, como en Bolivia, como en Ecuador, como en Colombia, como en Venezuela, como en Brasil, etcétera--donde ahora en el texto constitucional, por primera vez, se reconoce que los países son multiétnicos, multiculturales y que los indígenas tienen el derecho a conservar sus identidades dentro de los conjuntos nacionales. Mucho de esto se plantea, como es el caso del movimiento zapatista en Chiapas, como una demanda por la autonomía y por la autodeterminación--autonomía regional, autonomía local, control de recursos, reconocimiento y demarcación de territorios propios, etcétera--cosa que inclusive en Naciones Unidas se está discutiendo porque hay un proyecto de declaración de derechos indígenas en la ONU que todavía no se ha aprobado, está el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo ya aprobado y ratificado por algunos países de América Latina y está en la OEA el proyecto de una declaración de derechos indígenas. Esto plantea cuestiones que muchos Estados no quieren aceptar. No quieren aceptar la autonomía indígena porque tienen miedo que esto conduzca a una balcanización--al fraccionamiento de la soberanía nacional y de la unidad del territorio nacional. Es, por ejemplo, lo que el gobierno de México no quiere aceptar de los acuerdos de paz de San Andrés con los zapatistas, que el propio gobierno firmó hace cuatro años, pero que no ha querido poner en práctica. Estas son algunas de las cuestiones actualmente muy polémicas--muy candentes--del movimiento indígena a favor de los derechos humanos en México y en otros países de América Latina. Metodolgía ayer Las personas de mi generación que nos formamos como antropólogos tuvimos dos modelos de cómo hacer antropología. Una era la antropología británica y norteamericana de los años treinta y cuarenta que era la idea de ser observador participante--vivir en una comunidad lejana, registrar todo, pero verlo un poco desde afuera, como un científico con toda la objetividad y neutralidad para registrar lo que estaba sucediendo. Pero frente a esto en los cuarenta y cincuenta, en cuando menos en América Latina, surgió una idea de la antropología aplicada, de la antropología comprometida. Pero más que nada, era la visión del Estado de que el antropólogo debía servir a los fines de la política social, de la política indigenista, como se llamaba y se llama todavía en América Latina--es decir, el antropólogo como un instrumento para generar el cambio social, el proceso de aculturación, la integración, la asimilación de los indígenas. Yo mismo de joven antropólogo participé en México en oficinas del gobierno en el Instituto Nacional Indigenista, en algo que se llamaba la Comisión del Papaloapan, etcétera, en que se pedía al antropólogo servir un poco de mediador entre el gobierno y los pueblos indígenas para ayudar a los fines de la política de asimilación y de integración que el Estado estaba llevando a cabo. Un cambio en metodología recien Pero más recientemente ha habido un cambio total, esto es a partir digamos de los setenta, pero también comenzó en los sesenta, en que los antropólogos ya no estaban satisfechos con este papel que les asignaba el Estado y se transformaron en participantes, simpatizantes y defensores de las luchas sociales, de las luchas de reivindicación, de las luchas agrarias, campesinas, de las luchas por el reconocimiento de los derechos humanos de los pueblos indígenas. Cada vez más se ve entonces en las ciencias sociales de América Latina, sobre todo en la antropología, pero no solamente en la antropología, un compromiso de los antropólogos con las propias luchas de los campesinos indígenas. Ya no es el observador de fuera, ya no es el técnico al servicio del Estado, sino que el antropólogo y los científicos sociales, estudiantes, maestros, investigadores, etcétera, muchas veces se ven a sí mismos como asesores de las organizaciones campesinas e indígenas, como defensores de los derechos indígenas. Esto se ha visto muy claro en los debates que hubo hace algunos años, por ejemplo cuando se discutió la nueva constitución en el Brasil en 1988-89, cuando los antropólogos estaban en la vanguardia en la lucha por incorporar los derechos indígenas en la nueva constitución del Brasil. Lo mismo se ha visto en Nicaragua; lo mismo se ha visto en Colombia; lo mismo se ha visto en Bolivia y también en México. Así que ha habido un cambio de percepción un cambio de autopercepción de los investigadores, de los antropólogos sobretodo, y ha habido un cambio en la relación de los antropólogos como personas de ciencia, de ciencia social con el objeto de estudio, que ahora es el sujeto de la lucha que es los pueblos indígenas y sus reivindicaciones y también un cambio con respecto a su relación con el Estado.